A sus 6 años, Manuel Bor se enfrenta a dos accidentes imposibles y, a pesar de la improbabilidad estadística, sobrevive. A los 13, otro evento enrarece su vida familiar: de repente, su padre comienza a exhibir conductas extravagantes y erráticas.
Manuel escribe para comprender lo absurdo. Reflexiona sobre los personajes, la trama y la insuficiencia de las palabras para contar la vida. Mira y narra los sucesos con una distancia científica que puebla las escenas de un tono absurdo y humorístico, y a la vez de mucha —pero mucha— ternura, hasta que logra convertirse en el verdadero protagonista de esta aventura de rescate, huida y amor.
Virginia Mórtola
Compleja, elaborada, compuesta por una sucesión de momentos que van configurando una narración heterogénea, Al final de todas las cosas es un relato de familia, un coming of age, una road movie literaria.
Pero no hay que confundirse. Si bien Otheguy juega con esa sucesión de escenas que pasan frente a la mirada de nuestro protagonista —y que a veces, literalmente, lo atropellan—, la línea narrativa diáfana nos permite comprender el todo, sorprendentemente entretenido.
Es que Otheguy siempre divierte, pero aquí se propone algo mucho más ambicioso: construir desde la perspectiva de un narrador muy particular un relato igualmente singular en el que pasan cosas asombrosas pero absolutamente verosímiles, un azaroso viaje cargado de peripecias; una historia que habla de un padre, un hijo y una manera de ver el mundo; una sucesión de momentos que componen un todo emotivo, conmovedor, hermoso.
Rodolfo Santullo