Un uruguayo inmigrante en la Europa nórdica —para los locatarios, un morkis, un pakkis cualquiera— se dedica en sus ratos libres a escribir novelas que deja a medio hacer, al tiempo que su libertinaje sexual lo lleva a engañar a su esposa y a mantener relaciones esporádicas con varias mujeres. En Husnes, un pueblo del norte de Noruega, firma un contrato como jefe de una farmacia, pero el contrato del que verdaderamente vive pendiente es del que depende la publicación de su primera novela.
Entre la escritura estancada de una novela, la permanente revisión y reescritura de dos cuentos y las prolijas anotaciones en el seudodiario que el narrador lleva, El contrato va ganando densidad, espesor y potencia no solo como narración, sino también como tentativa teórica: es una reflexión sobre la actual situación de los escritores frente al mercado, o acaso en el mercado, y una puesta en cuestión de la moda de la autoficción, con los dilemas estéticos y éticos que acarrea (affaire Karl Ove Knausgård mediante). La constelación de personajes que rodean al narrador es breve y memorable: una prima llamada Eva, singularísima artista plástica; su mejor amigo Wilgot, preso por femicidio; su esposa Greta y, por último, Ingrid, amante y colega, quien lleva grabado en su espalda un trauma oscuro.