Victorino Duarte, un niño analfabeto, vendedor de diarios, habitante del conventillo, tiene todo lo que la vida puede darle para fracasar, hasta que presencia una de las legendarias actuaciones gratuitas de Carlos Gardel en plena calle y el cantor le obsequia su pañuelo.
A partir de ese episodio Fernando Villalba construye esta novela. La brevedad de los capítulos y la agilidad de la acción hacen que se lea prácticamente como un guion cinematográfico. Un guion que funciona, a la vez, como muy buena literatura.
El pasado es visitado para reconstruir la idiosincrasia del Montevideo de los años 30 y, por extensión, a la idiosincrasia uruguaya. Aparecen la construcción del Palacio Salvo y del Estadio Centenario, el Mundial de 1930 y el pasaje del Graf Zeppelin. Pero, desde esa base, la novela trasciende el imaginario local y construye un friso de época que recorre la década del 30 en el mundo, con eventos como la caída de Wall Street y la Segunda República española.
Este pasado está contado a todo color, vertiginosamente. Cada capítulo es una unidad narrativa que nos lleva a otro plano. Hace tiempo que no disfruto de tal agilidad literaria.
El pañuelo del Mago es una novela de aventuras, de amor, de fútbol, de tango, entrañablemente unida al pasado de los que tenemos ancestros españoles, italianos y africanos. A pesar de los parentescos que puedan trazarse con Onetti, Felisberto o Levrero, esto es otra cosa. Es una novela sin amargura, anegada de ternura. Y esta fe que trasluce la escritura de Villalba plantea por fin una superación del estrato de nihilismo que por tanto tiempo caracterizó a la literatura uruguaya.
Rafael Courtoisie