Este libro cuenta la vida de un niño que huyó de la guerra en Alemania y se armó con gran esfuerzo otra en la Argentina. Una historia que escuchamos innumerables veces. Pero con una particularidad: a lo largo de casi cincuenta años, sin que nadie lo identificase, Kurth dedicó su vida a la falsificación de arte de todo tipo, con una pasión y una creatividad que plantean la pregunta de si no fue un verdadero artista: un artista de la falsificación.
Cauto y desconfiado, hasta su nombre era falso. Dedicó sus días a montar una serie infinita de espejos para alejar a la ley y no ser conocido, para pasar desapercibido y poder seguir con su labor delictiva. Y le fue bien. Nadie se interesó en su industriosa producción hasta que la misteriosa muerte de su hijo anticuario, en París, puso a Daniel Schávelzon –que increíblemente se había interesado por su historia años antes a raíz de un episodio familiar– una vez más sobre su pista.
La historia de Kurth, falsificador reúne las conversaciones memoriosas que Kurth aceptó mantener con el autor antes de fallecer, en las que por primera vez habló de sus trucos, su forma de perma-necer anónimo y escamotear los controles de autenticidad de sus obras. Una historia fascinante en la que se cruzan el Buenos Aires de las décadas de 1945 a 1985, el mundo del arte, los anticuarios, los coleccionistas y hasta los políticos y la policía. Un mundo de oropeles, esplendores vacuos, de traficantes y mercaderes de ilusiones, de cómplices silenciosos en el que Kurth fue inyectando, con paciencia y dedicación, arte falso contrabandeado (y pagado) como verdadero. Arte que llegó a museos e instituciones especializadas, cuyas paredes sigue ornando, aun hoy.
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