El protagonista de esta historia no entiende el significado de las palabras «invierno», «frío» o «nieve» porque nunca ha experimentado los fenómenos que describen. Estamos en Victorica, provincia de La Pampa argentina, en fechas posteriores a 2197, año en el que se derriten los últimos hielos antárticos y sobreviene una catástrofe climática sin precedentes, que transforma radicalmente el paisaje de la región en un Caribe Pampeano. En este contexto crece el niño dengue, el protagonista, portador de este virus; un mosquito humanoide cuyo aspecto monstruoso no solo lo convierte en carne de cañón para sus compañeros de clase –comandados por un tirano llamado el Dulce–, sino que también provoca el desprecio de su propia madre.
Otro de los sorprendentes efectos del deshielo es la aparición de unas poderosas piedritas telepáticas provenientes de las entrañas terrestres que parecen recuperar la sabiduría de la infancia del mundo, con las que el Dulce y su hermano contrabandean. Pero este «inmundo mundo», según las palabras de Aurora Venturini al comienzo de la novela, se ve amenazado por una crisis socioambiental que se transforma en fuente de especulación financiera, al tiempo que una multinacional de ingeniería planetaria promete adecuar las geografías de la Antártida Argentina, Marte, Júpiter y sus satélites a las exigencias del turismo internacional.
Si el capitalismo ha destrozado la naturaleza, ¿puede reutilizar sus propios métodos para reconstruirla? ¿Acaso la realidad virtual que se les ofrece a los personajes en el videojuego Cristianos vs. Indios es más vivible que sus propias vidas?
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