Pedro Serpa es un sujeto exagerado. Tras matar un lobizón, inicia su peripecia como héroe primordial de Abaité, un pueblo exorbitado en los extremos de la última frontera. Después de librar a la comunidad de aquella amenaza mágica y horrible, Pedro Serpa y el pueblo en el que se arraiga se transforman en una especie de núcleo al cual confluyen aventuras y personajes desaforados, y desde el cual se irradian ciertas peripecias sorprendentes que, a veces, implican y determinan la historia del Uruguay. Se trata de un Uruguay intervenido por las fabulaciones del realismo mágico. Esta tradición ilustre de la narrativa americana, la de Rulfo y —sobre todo— la de García Márquez, es el hipotexto de La última frontera: no solo está en las invenciones, sino en el lenguaje desbordado y exacto de Do Santos.
La última frontera es anterior a El zambullidor, la exitosa irrupción de Do Santos en la literatura. Sin embargo, el lector no solo encontrará en esta novela —tenazmente reescrita— un embrión o una anticipación de la escritura singular que hizo conocer a su autor. También hay en estas páginas, entre tantas cosas, una imagen miserable y alucinada del Uruguay, que resulta más verosímil que el mito urbano de una Suiza del Sur.
Gustavo Espinosa