«Los militares, si no fueran un peligro, serían una risa. La cosa está en que, si bien son un peligro, también son una risa. Les gusta desfilar alineados, en orden, correctos, duritos, bien planchados, bien lustrados. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Una vida preparándose para matar. Cuando llega el día, la mayor parte de los muertos siempre son civiles».
En los años de la dictadura, en una celda del Penal de Libertad, Carlos Liscano lee por primera vez El desierto de los tártaros, una obra de Dino Buzzati fechada en 1940 en una Italia dominada por el fascismo. El impacto de la lectura lo acompañará siempre. Cuarenta años después, cuando Liscano ha cumplido con su sueño de convertirse en escritor y ha explorado su vida en libros como El furgón de los locos y Los orígenes, vuelve a la obra de Buzzati. Cada lectura le suma nuevos significados.
Ahora, siguiendo otra vez los pasos de Giovanni Drogo, ese soldado que parte con destino a la nada, Liscano no solo comprenderá definitivamente una oscura etapa de su propia trayectoria sino que desmenuzará la rutina de la vida militar, el hastío implacable que «reseca los sentimientos» y embrutece al individuo, la obsesión por el orden, el desprecio a los civiles, el miedo a la libertad.
Hasta la historia más reciente queda iluminada. «En el caso de los militares el peligro radica en que, ante la necesidad de encontrar un enemigo, los jefes se convenzan de que está en la sociedad, y los civiles pasen a ser la amenaza al orden y la estabilidad».
La conclusión es una sola. Es necesario estar prevenidos. En cualquier momento los tártaros pueden volver.
Alfredo Alzugarat