El epígrafe podría suscribirlo Di Candia, especialmente en esta novela. No hermosea los hechos, muchas veces desgarradores, pero nos permite soportarlos envolviéndolos en una niebla de humor.
Crisálida, pobre, vieja y loca, va a La Paloma en una búsqueda incierta de su supuesto hermano, Tripa Gorda, que imagina como un próspero hombre de mar. El autor nos cuenta de una vida de dureza sin respiro: quizá huérfana, adoptada como sirvienta, enclaustrada en un convento donde es condenada a una tarea infame, asesina fallida, internada en un hospicio y, por último, corriendo tras la esperanza de un improbable encuentro.
Escasean los gestos de ternura o solidarios; y cuando aparecen, es en los personajes más humildes: un carrero, un viejo sordo que es el único amigo de la protagonista, Tripa Gorda ayudándola sin saber quién es.
La ancianidad y la niñez desprotegidas, la miseria, la locura, las hipocresías religiosas se materializan en las precisas palabras de Di Candia. Pero no nos asfixia en la angustia, dosifica sabiamente: del drama desgarrador de la Colonia Etchepare, en la primera mitad del siglo pasado, pasamos al casi sainete del viaje de Crisálida en ferrocarril.
Una pequeña gran novela.
Páginas: 112