Una mujer intenta leer a Shakespeare mientras amamanta a su bebé, una niña se pregunta por qué los mayores no entienden algunas señales, un hombre pretende ayudar a su madre anciana. Alguien se esfuerza por recuperar una amistad de la infancia, sobrellevar una enfermedad, nadar o coser, comprarse zapatos. Vemos sus pequeñas acciones, los intentos de afianzar sus lazos afectivos o conectarse con desconocidos. Sus sueños y realidades se cuentan aquí con cuidado y delicadeza, respetando el intento de acomodarse al presente, eso que tambalea entre el pasado y el futuro.
Con sólida pericia narrativa, con belleza y sobriedad, Lucía Lorenzo se acerca a personajes que, entre pájaros, hospitales, mariposas y corredores oscuros, ensayan distintas versiones de sí mismos y conviven con sus fantasmas y fingimientos. Presenciamos su búsqueda de respuestas, aunque las definitivas nunca aparecen: hay “errores de cálculo” cuando se “inventa algo en la oscuridad”, cuando se “descubre una luz inútil”. Y es posible, aun por un instante, ampararse en los lugares que fueron “monumentos suaves a la felicidad”.
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