Por Daniel Zayas
Al leer el título de esta novela no pude evitar el recuerdo de esa primera línea de Movy Dick donde Melville, sin preámbulos, nos presenta a Ismael. Cada lector que sostenga entre las manos este libro de Marcial Gala, escuchará un grito antes de comenzar el recuento de una vida. Hay desde el título una necesidad de ser reconocido y aceptado. Por eso Marcial, como Melville, nos dice: Llámenme Casandra.
Para su padre es Raúl Iriarte, el muchacho que por no tener dos centímetros menos de estatura es aceptado en el ejército de cubanos que fueron a combatir a la guerra de Angola. Para su madre es Rauli, el niño de piel blanquísima a quien viste con las ropas de su difunta hermana, porque se parecen demasiado. Por eso la madre de Rauli lo maquilla, lo peina y juega a que no está tan sola. Para el Capitán de su regimiento en Angola es tan, pero tan parecido a la esposa que dejó en Holguín. Para el resto de sus compañeros es Marilyn Monroe, Wendy, Olivia Newton-John… es maricón. Pero para Atenea, Apolo, para ese leopardo que mira desde la maleza, bajo la calurosa noche de Angola, es Casandra.
Narrada en primera persona y con momentos en que aprovecha la caótica y delirante lógica del monólogo interior, Marcial Gala nos cuenta la historia de Raúl Iriarte, un joven frágil, aficionado a la lectura, incluso a esos libros capaces de resquebrajar la ideología de un comunista. Raúl se viste de muchacha, se maquilla y besa los labios de otro hombre sin encontrar placer. En una Cuba, embriagada de épica, estas son causas suficientes para ser enterrado en vida por la férrea y excluyente moral revolucionaria.
En los ojos de Rauli vemos desembarcar a los mirmidones, vemos a Príamo, a Elena, a Héctor, a Áyax Telamón. Vemos un gigantesco caballo de madera atravesando la muralla de Ilión, porque él es Casandra. Rauli ve el desenlace de la guerra, al pie de la ciudad amurallada, como mismo ve el destino de los soldados que forman a su lado vestidos de fapla y el de su hermano y sus padres y el suyo mismo. Rauli sabe cuál será su desenlace. Así leeremos esta novela, sabiendo de antemano el modo en que acabará.
Como un montaje en paralelo asistiremos a esos días en que Casandra avisa que no está vacía la barriga del caballo de madera y nadie la escucha, más bien nadie le cree, porque ese es su destino. Por eso cuando Casandra habita en el menudo cuerpo de Rauli decide callar mientras ve el modo en que morirán las personas a su alrededor. No hay agonía en Rauli, sino resignación y paz mientras cumple con su destino. Así, siendo Casandra, ignorada, cargando a cuestas el caos antes de que se manifieste, reescribe su vida. Esta vez no intenta alertar, acepta su destino y eso la sumerge en el anonimato. Al no alertar del caos que vendrá, nadie se morderá la lengua cuando se abra la barriga del caballo y escribirá un poema para inmortalizarla, nadie confirmará que ella lo vio todo antes que nadie y lo contará alrededor de una hoguera. Casandra esta vez muere con la certeza de que no habrá trascendencia. Ser Casandra, es una manera de evadirse, de un cuerpo, una familia, de un país, de la Historia.
No fue una legión de soldados intachables y perfectos, cual semidioses, la que partió a la guerra de Angola. Había también cobardes, jóvenes que idealizan la muerte, hijos de puta, resentidos, hombres con mujer que aman a otros hombres. Aunque el discurso oficial lo desmienta, esta multiplicidad también fue parte de esa victoria política. En Llamenme Casandra, se humaniza al soldado y se les muestra sin tintes heroicos, más bien se muestra cuan fácil es construir un héroe.
Esta novela de Marcial Gala, galardonada con el Premio Ñ – Ciudad de Buenos Aires y editada bajo los sellos Clarín, Alfagura, reafirma un discurso original que ya tuvo sus primeros reconocimientos con la novela: La catedral de los negros en Cuba, con la que Marcial Gala obtuvo en el año 2012 el Premio Alejo Carpentier y el Premio Nacional de la Crítica en Cuba. Ojalá sirvan estas palabras como invitación a la lectura de una novela que aporta no pocos puntos de luz al relato nacional de una guerra, un país, una utopía.