La Paloma se transformó.
La naturaleza, tranquilidad y cercanía locales atraen, además de a turistas y antiguos pobladores, a miles de nuevos residentes que reinventan sus vidas en un territorio que cambia junto con ellos. Dicen que "sobrevivir al invierno" por allí no es fácil, aunque el relajado día a día de la baja temporada dejó de ser lo que era al afincarse cada vez más uruguayos, argentinos, otros americanos y también europeos "fugados del cemento". Los meses de verano suman hosterías, platos, paseos promovidos por recién llegados que arriban desde lejos confluyendo con quienes hacía tiempo eran del lugar.
El patrimonio cultural y natural es rescatado, valorado y por momentos disputado en esos encuentros. Entre la preservación de lo que fue y la renovación que trae este desembarco, La Paloma y su entorno se reconfiguran en una época en la que desplazarse por aire o tierra, a la vez que conectarse con lo distante, se vuelve un tanto más sencillo. Una costa rochense alejada de las grandes urbes se torna refugio, fiel a su rústico cosmopolitismo tan costero como portuario, donde la vida pierde prisa al "palomenizar" a sus pobladores. Un lugar para reinventarse, un destino desafiante al momento de construir un territorio común entre tantos tan diferentes. Y así es como el tradicional balneario uruguayo se vuelve morada cosmopolita, sin perder su recia identidad rochense.
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