Si hubiera que precisar un momento para marcar la derrota militar definitiva del mln, ese sería el 27 de mayo de 1972, con la caída de la «cárcel del pueblo». La organización tupamara sabía de su relevante significado para mantener el prestigio que aún tenía en algunos sectores y también entre los militares.
Dos rehenes, Pereira Reverbel y Frick Davies, fueron retenidos durante ocho meses en condiciones ínfimas en un escondite diseñado a esos fines en una casa de la calle Juan Paullier. Los tupamaros tenían –como se demostró en el fulminante accionar de las Fuerzas Armadas– muy debilitados sus criterios de seguridad; pese a ello cuidaron especialmente la compartimentación de la cárcel del pueblo debido a su valor simbólico.
Solo un tupamaro conocía exactamente su ubicación, además de los dueños del local.
Durante años se atribuyó a Amodio Pérez, el hombre que canjeó información por la libertad de su compañera y suya, la delación de la cárcel.
Mauricio Almada, en una cuidadosa investigación, quita la bruma de rumores y especulaciones sobre el tema y responde con precisión a muchas interrogantes:
- ¿Cómo era y cómo funcionaba la cárcel del pueblo?
- ¿Quiénes eran los dueños del local y cuál era su grado de compromiso?
- ¿Quiénes fueron los carceleros?
- ¿Quiénes tenían los datos de la ubicación?
- ¿Quiénes y cómo decidieron entregar el local?
- ¿Cómo vivieron los prisioneros física y psicológicamente?
- ¿Había intercambio de ideas entre ellos y sus carceleros?
- ¿Cuánta autonomía de decisión tenían los tupamaros que custodiaban a los rehenes?
- ¿Por qué cambiaron la decisión de matarlos en caso de que las Fuerzas Armadas llegaran al local?
- ¿Qué piensan hoy los sobrevivientes que participaron en ese episodio?