Un recorrido ensayístico por la historia uruguaya desde fines del siglo XVIII hasta los años 60 del siglo XX indaga los signos políticos de la obra de Bartolomé Hidalgo, Francisco Acuña de Figueroa, Dámaso Antonio Larrañaga y Petrona Rosende entre muchos otros. ¿Hay indicios partidarios o antipartidarios —blancos, colorados, fusionistas— en los poemas de Carlos Villademoros o en los de Bernardo Prudencio Berro, en los de Melchor Pacheco y Obes o en los de Juan Carlos Gómez? ¿Qué grado de autonomía tuvo la creación literaria en la historia de nuestro país respecto al poderoso influjo de las peripecias políticas? ¿Cómo se ata y desata el intrincado nudo entre esos dos campos?
Desde Eduardo Acevedo Díaz a Ibero Gutiérrez transcurrió un siglo en el que artistas y partidos intercambiaron, abiertos y permeables, sus formas de conocimiento de la realidad. El 900, los años 30, el medio siglo XX tuvieron en figuras como Rodó, Zavala Muniz o Benedetti articuladores entre los movimientos políticos y las decisiones estéticas. A veces hospitalario, otras fue el partido inhóspito para el hombre de cultura que sintió cárcel el alvéolo partidario (Real de Azúa).
En la emblemática década del sesenta el compromiso del artista fue un problema: ¿la revolución exigía una actitud revolucionaria del hombre o era necesaria una actitud revolucionaria en el arte? Cortázar selló la encrucijada en forma de pregunta: ¿literatura en la revolución o revolución en la literatura?
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